Amamantar a un hijo es una de las experiencias más importantes en la vida de una madre: su leche constituye el alimento ideal para el niño durante los primeros 6 meses de vida y continúa siendo, durante mucho tiempo, una importante fuente de proteínas y de otros nutrientes para el bebé, incluso después de incorporar alimentos complementarios.
La lactancia materna tiene además un rol muy importante en la prevención de las anomalías dento-maxilo-faciales. Durante el amamantamiento se produce la excitación de la musculatura bucal y del recién nacido, lo cual influye en su desarrollo.
El amamantamiento y la boca del bebé
Hay estudios que indican que a las 16 semanas de gestación, el feto esboza espontáneamente el movimiento de succionar (mamar), e incluso a las 27 semanas de gestación algunos bebés se chupan el dedo en el útero.
Es decir que los labios y la boca del recién nacido están adaptados para la función primordial de mamar. El bebé posee además tres reflejos que hacen posible el amamantamiento, y que son la búsqueda, la succión y la deglución.
Así, el amamantamiento es un estímulo que ayuda al maxilar inferior a colocarse mejor con respecto al maxilar superior y que ejercita los músculos de la boca.Para prenderse del pezón, el bebé cierra herméticamente los labios. Esto hace que su maxilar inferior descienda un poco y que se forme un vacío en la parte delantera de su boca, mientras que la parte posterior se cierra por el paladar y la lengua. Para hacer salir la leche, el bebé presiona el maxilar inferior al pezón y lo exprime. La lengua adopta forma de cuchara, y la leche de la mamá se desliza por ella.
De esta manera se evitan malas posiciones de la mandíbula y se obtiene mejor relación entre el maxilar y la mandíbula. Con la ejercitación de los músculos que intervienen en el acto de lactar se disminuye el 50% de cada uno de los indicadores de mala oclusión dentaria como pueden ser el resalte, el apiñamiento, la mordida cruzada posterior, la mordida abierta, la distoclusión, o las rotaciones dentarias; que afectan la estética y la función dentofacial del niño.
¿Y la mamadera?
Con el biberón el niño no cierra los labios con tanta fuerza, éstos adoptan forma de “O” y no se produce el vacío bucal. Esto dificulta la acción de la lengua para regular el flujo excesivo de leche, y genera menor uso de la musculatura bucal. Por lo tanto, no favorece tanto el crecimiento armonioso de los huesos y cartílagos de la cara.
Un niño que aprende a chupar de un biberón puede desarrollar confusión de pezones, al pretender agarrar al pezón como si se tratara de una tetilla de goma, lo que trae con frecuencia problemas de amamantamiento y fracasos en la lactancia.
Si la alimentación del bebé no ha sido satisfactoria porque la succión se vio frustrada, este niño a lo largo de su vida irá creando sustitutos, en un esfuerzo por satisfacer su instinto de succión. Tenderá a chuparse el dedo o la lengua después de alimentarse, a ponerse objetos extraños en la boca, a morderse las uñas, el pelo, el brazo o el labio. Todos estos hábitos incorrectos, son luego causa de mal oclusión en etapas posteriores.