Un vínculo es la ligazón, unión y también la dinámica de interacción entre dos personas  o seres.

El vínculo con el hijo comienza a tejerse desde el embarazo y aún antes, desde la proyección y fantasía de ser padres y  de  desear  tener  un  hijo. Luego  múltiples  factores  determinan  y enriquecen el vínculo: el tipo de embarazo, de parto, la  historia  de  cada  padre  como  hijo, y  su  propio vínculo. Entre  todo  este enjambre  de  determinantes,  la lactancia  materna  es  un  excelente  vehículo  y  modo  de  lograr múltiples contactos con el bebé. El  estar  cuerpo  a cuerpo, en total intimidad, favorece al mismo. Y aún más, brindarle al hijo el mejor alimento que lo nutre totalmente y  lo  fortalece, garantizándole  salud y buen desarrollo,  es  un  elemento  fundante en el vínculo. Esto no quiere decir que  si  la  lactancia  se  viera interrumpida, por razones insuperables, la madre podría de todos modos lograr un muy buen vínculo con su hijo.

La lactancia implica un gran esfuerzo de tiempo, dedicación, y escasa libertad durante los primeros meses de vida del bebé. Sin  embargo, la  acción  de  nutrirlo, las  miradas  recíprocas, las  caricias  y  sonidos  que  el  bebé  comienza  a devolver a  su  madre, y el intercambio múltiple: de contacto, movimientos, sostén, calor, olor, sabor, miradas, hacen de  la  lactancia  un  valor  insustituible. El  orgullo  de  estar  amamantando, el ejemplo hacia otros hijos, y el saberse única e irreemplazable refuerzan la sensación de maternidad lograda, y agregan ingredientes óptimos para el vínculo con ese bebé. El equipo pediátrico está para informar, sostener  y actuar en defensa  de  un  recurso tan rico y valioso.